Al humilde taller donde anidaban los sueños de radiodifusor de Felipe llegó un día el Dr. Crisóforo Covarrubias, socio y amigo en esa época, y le dijo: “Vamos a ver bronco (así le decía cariñosamente), la Simons me vendió una diaterma que se me descompuso. Este es el segundo técnico Alemán que me envían y no dan pie con bola; enséñales a estos Alemanes como se arreglan estos aparatos”. Logró detectar el desperfecto e hizo reparación, con el consiguiente asombro del técnico quien prometió recomendarlo para dar mantenimiento a esa empresa en toda la costa del Pacífico. Esto dio más seguridad y nuevos bríos para continuar en su empeño de llegar a ser radiodifusor; más no acepto la oferta del Alemán.
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Don Felipe más dado a resolver problemas técnicos de transmisión que en el pasado fueron con mayor frecuencia, que a tomar los micrófonos. Un día se vio obligado a anunciar, mientras que Don Jesús Corral Ruiz y Max López Quintana, cronista y locutor comercial respectivamente esperaban en el estadio de base ball Alvaro Obregón les fueran enviados los micrófonos para empezar su reseña, Don Felipe abrió el micrófono para anunciar a la desesperada afición radioescucha “dentro de unos micrófonos se irán los minutos al estadio Alvaro Obregón”.
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En los años de Gobernador de Sonora del General Abelardo L. Rodríguez, el club campestre se convirtió en recinto oficial, para recibir la visita del expresidente cubano Don Fulgencio Batista, siendo anfitrión desde el luego Don Abelardo quién fuera expresidente de nuestra nación.
En el momento de su arribo, el locutor encargado de la ceremonia cuyo nombre omitimos por razones obvias, embargado por la emoción tomo el micrófono y anunció: “Damas y caballeros, en estos momentos nos vemos honrados por la visita de dos grandes expresidiarios... de la bella perla de las antillas Fulgencio Batista y de México el General Abelardo L. Rodríguez ...”. Aunque los aplausos fuertes y nutridos, no dejaron de sobresalir algunas carcajadas... los aludidos hombres de gran criterio, esbozaron sendas sonrisas y después rieron compartiendo con los presentes la equivocación... menos el maestro de ceremonias que ya había desaparecido.